Es difícil para los padres educar a sus hijos adolescentes. Una palabra equivocada y una explosión de emociones está garantizada.
Pero muchas madres y padres ni siquiera se dan cuenta de que sus frases habituales destruyen lentamente la confianza y empujan al niño a rebelarse.
Estas palabras parecen inofensivas, pero son como agujas que se clavan en tu autoestima. Compruébelo usted mismo: puede que lo diga todos los días.

La primera palabra prohibida es “¡Porque lo digo yo!” El adolescente odia las prohibiciones irrazonables. Su cerebro exige lógica, no dictadura.
Esta frase le provoca enojo no porque sea “maleducado”, sino porque se siente privado de sus derechos. En lugar de eso, explícale: “No te permito salir después de las diez porque me preocupa tu seguridad. "Discutamos cómo encontrar un compromiso".
La segunda es: “Yo estaba aquí a tu edad…” Las comparaciones con tu infancia son inútiles. Un adolescente vive en un mundo diferente, donde los valores y los desafíos son diferentes.
Esta frase le suena a: “Eres peor que yo”. En lugar de eso, diga: “Entiendo que esto es difícil para ti. ¿Quieres que te cuente cómo lidié con el estrés?
Tercero: “¡Eres demasiado joven para entender esto!” Un adolescente lucha por su derecho a ser adulto, y esas palabras lo humillan.
Incluso si su opinión es ingenua, escúchala y respóndele: “Es un pensamiento interesante. ¿Cuales cree usted que podrían ser los peligros?
Cuarto: “¡No te hagas el listo!” o "¡No sabes nada de la vida!" Estas frases matan el deseo de compartir pensamientos.
El adolescente se vuelve retraído y pierde la oportunidad de convertirse en su amigo. En lugar de eso, diga: “Tienes razón, no pensé en eso”. Vamos a resolverlo juntos."
Quinto: “¡Eres egoísta!” o "¡Nadie te reeducará!" El egocentrismo adolescente es una etapa del desarrollo, no una sentencia de muerte. Los insultos refuerzan una autoimagen negativa. Prueba: “Me siento triste cuando no tienes en cuenta mis sentimientos. "Aprendamos a negociar."
La regla principal: habla con un adolescente como si fuera un adulto cuya opinión respetas. Incluso si está equivocado. Reemplace las prohibiciones con diálogos, las acusaciones con “mensajes en primera persona” y los sermones con preguntas.
Después de un mes de conversaciones como esta, verás cómo los conflictos se convierten en discusiones y tu hijo empieza a confiar en ti.