¿Alguna vez te has preguntado de qué es capaz una persona por el bien de la fama? Imagínese un pozo oscuro repleto de miles de arañas y un voluntario que acepta pasar tres días allí.
Suena como el guión de una película de terror, pero es una historia real.
El disco más loco
En 2023, un entusiasta desconocido rompió el récord mundial al vivir durante 72 horas en un espacio confinado con artrópodos peligrosos. ¿Para qué?

La respuesta está en una extraña mezcla de emoción, sed de reconocimiento y psicología. Resulta que los desafíos extremos se han convertido en una nueva tendencia entre aquellos que quieren demostrarse a sí mismos que son capaces de más.
¿Qué le sucede al cerebro y al cuerpo en tales condiciones?
¿Cómo el miedo se convierte en emoción y la adrenalina en adicción? Y lo más importante ¿por qué miles de personas siguen estos retos como si fueran partidos deportivos?
Descubrimos cómo estos experimentos cambian nuestra comprensión de las capacidades humanas y qué tienen que ver con ello los antiguos instintos de supervivencia que permanecen latentes en cada uno de nosotros.
1. Las primeras horas en el foso son pura adrenalina. El corazón late como si quisiera salirse del pecho y cada célula del cuerpo grita: “¡Corre!”.
2. Pero después de 6-8 horas, se activa el modo “ahorro de energía”: el cuerpo entiende que la amenaza es constante y deja de gastar energía en pánico.
El cerebro comienza a buscar formas de adaptarse: por ejemplo, una persona se da cuenta de que la mayoría de las arañas no son agresivas. Se arrastran por las paredes, tejen redes, ignorando al “huésped”. Este es el momento en que el miedo da paso a la curiosidad.
El participante en el experimento dijo más tarde que comenzó a distinguir entre especies de arañas, observó su comportamiento e incluso les dio nombres. "Al final del segundo día, me sentí como si fuera parte de su sistema", admitió.
Pero la noche lo cambió todo. En la oscuridad, cuando la visión es inútil, el oído y el tacto se agudizan. Cada movimiento de las patas sobre la piel se percibía como una amenaza y el cerebro volvía a activar el pánico.
3. Es interesante que es en estos momentos cuando muchos participantes en desafíos extremos comienzan a ver alucinaciones: la psique intenta “completar” una realidad que no puede reconocer.
¿Qué sucede después de salir del hoyo?
Resulta que el “regreso” es más difícil que la prueba misma. Un organismo acostumbrado al estrés constante cae en la apatía.
El participante lo describió como una “resaca del alma”: el mundo parece demasiado brillante, la gente es intrusiva y los problemas cotidianos parecen insignificantes.
Pero aquí reside el secreto principal de tales experimentos. No ponen a prueba tu resistencia sino que restablecen tu percepción. Después de 72 horas en el infierno, incluso un atasco o una pelea con un compañero parecen algo sin importancia.
Los neurocientíficos lo explican mediante el “efecto de contraste”: el cerebro que ha experimentado un estrés extremo deja de responder a los estímulos cotidianos.
Pero también tiene un inconveniente: como una droga, la adrenalina requiere una nueva dosis. Muchos poseedores de récords admiten que están planeando un nuevo desafío en un mes, porque la vida cotidiana se está volviendo “aburrida”.
¿Por qué los espectadores están tan locos por esto?
La respuesta está en las neuronas espejo. Cuando vemos a alguien superar el miedo, nuestro cerebro reacciona como si nos estuviera sucediendo a nosotros.
Esto da una falsa sensación de estar involucrado en una hazaña sin riesgo para uno mismo.
Además, en una era en la que la mayoría de los desafíos son virtuales (plazos, préstamos, redes sociales), los desafíos físicos se convierten en una forma de experimentar la realidad. La gente está cansada de “victorias” abstractas como un aumento salarial del 5%.
Quieren ver a una persona viva luchando contra las arañas, el frío o el hambre: esto nos lleva de nuevo a las raíces, donde el éxito se medía por cosas simples: sobrevivir, conseguir fuego, proteger a la tribu.
Los desafiantes modernos son los nuevos chamanes que, a través del dolor y el miedo, nos recuerdan que todavía estamos vivos.