Un pollo que se derrite en la boca y queda crujiente con una corteza dorada no es suerte sino cálculo preciso.
Seguir reglas simples garantiza resultados incluso para principiantes.
Antes de hornear, seque la carcasa con una toalla de papel. La humedad en la superficie evita la formación de costras.

Se frota debajo de la piel una marinada hecha con aceite de oliva, pimentón y ajo para permitir que el sabor penetre más profundamente y mantener la carne tierna.
La sal se añade una hora antes de cocinar: tendrá tiempo de distribuirse, pero no extraerá el jugo.
Precalentar el horno a 220°C. Los primeros 20 minutos el pollo se hornea a alta temperatura: esto crea una corteza densa que retiene la humedad.
Luego reduce el fuego a 180°C y cocina hasta dorar, vertiendo periódicamente la carne con su propio jugo.
Para garantizar una cocción uniforme, coloque la carcasa con la pechuga hacia abajo sobre la parrilla y coloque una bandeja para hornear con agua debajo.
Compruebe la preparación con un termómetro: la temperatura en la parte gruesa del muslo debe ser de 75 °C.
Si no hay ningún dispositivo, pincharlo con un cuchillo: el jugo transparente sin marcas rosadas es la señal para servir.
Deje que la carne “descanse” durante 10 minutos bajo el papel de aluminio: las fibras absorberán el líquido y el pollo no quedará seco.
El azúcar o la miel en la marinada acelera la caramelización y el jugo de limón suaviza las fibras. El delicado sabor se enfatizará con ramitas de romero colocadas en el horno junto a la bandeja para hornear.
Lo principal es no cocinarla demasiado: ni siquiera las especias salvarán la carne demasiado seca. Siguiendo estos pasos convertirás tu cena en un triunfo culinario.