¿Qué pasaría si te dijeran que puedes perder peso sin dietas estrictas, ayunos y prohibiciones? Suena a ciencia ficción, pero es real.
La clave es entender qué impide que tu cuerpo queme grasa, incluso cuando lo intentas.
La respuesta está en lo que hay en los estantes del supermercado. Los productos modernos están llenos de aditivos que alteran el metabolismo, aumentan el apetito y te hacen comer más.

Tomemos como ejemplo el glutamato monosódico. Se añade a patatas fritas, picatostes, salsas preparadas e incluso a productos cárnicos semiacabados.
Este aditivo no sólo mejora el sabor, sino que también estimula áreas del cerebro responsables del placer.
Como resultado, comes más de lo planeado y das ganas de comer más.
Y muchos productos contienen azúcares ocultos: se encuentran en el kétchup, el pan, las salchichas e incluso en un frasco de verduras enlatadas.
El azúcar es adictiva y el exceso de azúcar se convierte en depósitos de grasa.
¿Pero cómo salir de este círculo? Empiece por lo sencillo: lea los ingredientes.
Si un producto tiene más de cinco ingredientes o tiene palabras que no puedes pronunciar, devuélvelo.
Elija alimentos integrales y mínimamente procesados: verduras frescas, carne, pescado, huevos, cereales.
Cocina en casa para controlar lo que comes.
Reemplace los snacks dulces por frutas con un índice glucémico bajo: manzanas, peras, bayas.
Otro secreto es la dieta. Los descansos prolongados entre comidas ralentizan el metabolismo y provocan comer en exceso.
Intente comer porciones pequeñas cada 3 o 4 horas. Esto ayudará a mantener los niveles de azúcar en la sangre y evitará dolores de hambre repentinos.
Y no te olvides del agua: la sed a menudo se confunde con el hambre, y un vaso de agua 20 minutos antes de una comida reducirá el apetito.